
TAL COMO SE CUENTA SE CREE EL CUENTO.
La frase pudiera atribuirse a Demóstenes, orador y político griego que a pesar de nacer tartamudo, consiguió ser considerado padre de la oratoria. Hasta bien avanzada la modernidad era admirado por su elocuencia, habilidad política y diplomática; entre sus historias se cuenta aquella de que en su casa tenía un gran espejo en el que ejercitaba sus declamaciones y un día acudió a él, procurando ayuda, uno que había recibido una golpiza, pero no obstante, exponía el caso con pasmosa frialdad.
No es cierto que hayas recibido ultraje – le dijo Demóstenes – y añadió eres un vulgar mentiroso.
El quejoso ofendido y en cólera levantó la voz para responderle al tiempo que le mostraba algunos rasguños:
¿Cómo se atreve? Claro que fui golpeado. Mire.
Ahora sí escucho la voz de un ultrajado – replicó sosegado Demóstenes.
La expresión, desde el punto de vista de la dicción, es parte del lenguaje y posee un peso específico en la manera en que los demás interpretan el mensaje. El presidente Luis Abinader, ha expresado su deseo que la ley sea vista por encima de todos y constituya el límite del accionar de los servidores públicos: “Nadie está por encima de la ley”, señaló. Sin embargo, ha brillado por su ausencia ese mismo ahínco para hacer entender, por el otro lado, que los miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, constituyen la garantía de la paz y el respeto a esa ley, cuando alguien la abusa o mal usa la y que por tanto, el trabajo de ellos, debe ser respetado por la ciudadanía.
La muerte de civiles en manos de agentes en Villa Altagracia, fue motivo de un pequeño discurso y palabras de aliento para sus deudos, de parte del presidente, pero las más recientes muertes de agentes de la policía, unos en el desempeño de sus funciones, otros en ocasión del servicio y durante el disfrute de su mal llamado tiempo libre, ameritaban palabras de consuelo que lamentablemente no se pronunciaron.
Sé que los soldados acarrean mucha animadversión, por su gallardía, disciplina y concepto del deber, cualidades escasas en el común de la gente que no logra asimilar porqué alguien debe rendir pleitesías como el saludo militar o ceder su asiento ante la sola presencia de un superior, o responder con la palabra señor repetidas veces durante una conversación casual, manteniéndose firme, sin movimiento como una estatua viviente. Sobre todo, porque ellos representan la autoridad cuando las cosas salen o amenazan salirse del orden. Los que han tenido que encargarse de una puerta durante una fiesta saben que no es un trabajo agradable.
Las palabras son poderosas y agradan a los oídos que la esperan; en estos tiempos nada recompone más la desbastada moral de una tropa que la voz de su comandante en jefe reconociendo su valor, más cuando lo único que escucha por doquier es que los militares y policías son corruptos, lo cual, desde el punto de vista de la generalización se evidencia falso y es suficiente para demostrarlo la odiosa analogía de que nadie puede referir que los diputados son narcos porque hayan detenido a uno de sus pares por narcotráfico.
Los militares y policías jugaron un papel determinante durante la revolución de 1965, cuando se pusieron del lado del pueblo. Nadie puede regatearles que lucharon, espalda con espalda, con los que reclamaban la vuelta a la constitucionalidad. Ofrecieron sus vidas porque pocos bienes poseían y lo mejor, que están formados para hacerlo cuantas veces sea necesario sin mezquindad ni intereses políticos partidarios. Quiérase o no son parte del sostén de la democracia, debemos preservarlos porque en su mayoría son hombres y mujeres de bien, paridos por sus madres y entregados al servicio de la patria.
Por Juan Fructuoso